jueves, 17 de mayo de 2007

La vida de una familia al costado de la ferrovía

Ferrocarril sin número

Un incendio quemó los sueños de una familia que con esfuerzo luchaba por tener la casa propia. Desde el año 2001 viven a orillas de la línea férrea y han desarrollado su vida y hogar en pos de su anhelo que están próximos a cumplir.

*Pard!x*

El ruido del tren se vuelve cada vez más intenso. En las casas un pequeño temblor mueve el piso como si la estampida de un gran animal se acercara rápidamente. Las ventanas se sacuden con ligereza. Algunos niños corren hacia el terreno que colinda con la ferrovía, mientras los más pequeños salen de sus casas para poder contemplar el paso de los vagones del convoy, que a toda velocidad pasa imponiéndose en el paisaje de oriente a poniente.

Cerca de la línea el sonido sube su volumen, al punto de volverse ensordecedor. El temblor se manifiesta vagón tras vagón y el viento veloz levanta el polvo del piso. De pronto tras su paso, el último carro del tranvía, deja a la vista una pequeña casa, cercana a la intersección de la calle Los Diamantes con Ferrocarril, en la villa Los Héroes de Maipú.

La Llegada

Sólo un plástico que colgaba sobre un palo cubría los colchones maltratados por el fuego hace seis años, cuando Luís Bustos Ponce, junto a su esposa Patricia Houer, instaló sus enceres a un costado de la línea férrea, en la villa Los Héroes. Esto, luego que un incendio en el fundo San Juan de Chena en El Abrazo, borrara del terreno las débiles casas que lo ocupaban, dejando sin hogar y tachando la sonrisa de los rostros de las familias que ahí vivían.

Luís afectado por el suceso, que dejó en cenizas su sueño de una vivienda, se dirigió a la municipalidad buscando ayuda, pero sus peticiones no fueron escuchadas. Así, en la constante indagación por recuperar lo perdido, encontró como solución asentarse a un costado de la ferrovía, entre un canal de aguas servidas y la línea del tren. “Quedamos de brazos cruzados y fuimos a buscar ayuda tal como estábamos, tiznados después del incendio, pero no la encontramos”, comenta.

El sentimiento de quedarse a un costado de la línea era pasajero. Luís sabía que a sus 43 años no podía quedarse tranquilo, a pesar de las dificultades que se interponían en cada momento entre lo que quería y lo que podía hacer, para que su sueño de casa propia se realizara. “No hubo ayuda de las personas que más la esperamos”, agrega.

Hoy está cesante -como varias veces-, pero ha trabajado siendo recolector de escombros, albañil, hasta de barrendero municipal. Su sueldo lo ha dedicado a la casa y al ahorro. Su padre, Carlos, vive con él, como también un anciano que Luís acogió a quien le brinda asilo, pues antes dormía en la calle.

Con su esfuerzo, la ayuda de la gente, de los vecinos, de la iglesia del sector y de sus amigos, la familia de Luís ha podido tener un lugar donde vivir, donde desarrollar su vida. “Todo lo que tengo ha sido gracias a mi esfuerzo y al de mis amigos. La municipalidad no nos ha ayudado en nada”, agrega.

Hogar, más que una casa

El terreno donde se encuentra la morada de la familia Bustos-Houer no es el común de las viviendas del lugar. Por lo mismo, no es indiferente para quien transita por las cercanías. Cinco perros dan la bienvenida a quien se interna por el camino polvoriento y pedregoso que lleva hasta el domicilio. Sillones desarmados, sillas rotas y escombros varios marcan la ruta, durmiente tras durmiente, por la línea del tren. Es ahí, a un costado de la ferrovía, donde Luís impuso su hogar.

El olor a leña en combustión, matiza el ambiente. Cocina, living y comedor todo en uno, alineados y distribuidos aprovechando el poco espacio. Los muebles están gastados por el tiempo y el uso. Muchos han sido recogidos por el dueño de casa, en sus diferentes trabajos, y otros han sido regalados.

Los servicios básicos son obra de su ingenio. Un inodoro cuyo desagüe es el canal que se encuentra detrás de la casa, casi como un patio. No tienen lavadora, y la artesa es la única opción. “A escobilla y batea queda la ropa más limpia”, dice con humor Patricia.

La electricidad que suministra una batería de automóvil sirve para una vieja radio que ameniza el día. No obstante, Luís ha comprado con sus ahorros un generador que, lamentablemente, está en mal estado. Para esta familia no hay mejor gas que la leña recogida en la mañana. Dos televisores en blanco y negro averiados, una radio, un refrigerador que no funciona, y una cocina armada con partes de otras. Muestras de una realidad que la ficha CAS sobrevaluó. “Teníamos tantos puntos que parecíamos ricos”, comenta Luís.

El agua potable, diariamente necesaria, proviene de una llave pública. “Voy una vez al día, ya que no me gusta que me vea la gente”, aclara Bustos.

La casa tiene tres habitaciones, que en cinco inviernos no han sufrido tanto el riguroso clima como el living-comedor. Tiene electrodomésticos que son sólo domésticos por el momento, además de accesorios y regalos que dan vida al hogar, seduciendo a la incomodad, transformando a cuatro paredes de madera delgada y un techo formado por el esfuerzo y la caridad, en un acogedor hogar ardiente de calor humano. “Lo único que pido es que no nos saquen de aquí hasta que yo me vaya”, agrega.

Hace dos años que Luís y Patricia postularon particularmente al SERVIU, con sus ahorros, a una vivienda básica, que les será entregada a fines del año 2008. Por el momento están en conversaciones con el municipio, que no se había hecho presente hasta ahora, que queda poco más de un año para que dejen su casa de Ferrocarril sin número, como le llaman.